Que intereses hay detrás del conflicto Palestino-Israelí
Luisondome
Imagen: Reuters |
En Noviembre de 2021 publicaba en El Reformatorio de Internet un artículo bajo el Título “Ensayo: Intereses → Tensiones → Conflictos → Guerras”, en el cual intentaba explicar el origen de las confrontaciones y las guerras. Como desde una diferencia inicial de intereses contrapuestos, se generaban unas tensiones que si no se controlaban y se equilibraban cuanto antes, terminaban desencadenando un conflicto que podía terminar en guerra. Si se entiende por interés aquello de lo que vamos a sacar provecho, beneficio, conveniencia o ganancia, tanto en el orden material, como en el moral, no cabe duda que el interés de árabes y judíos por ocupar el territorio Palestina les ha llevado a pasar por varios conflictos armados y guerras mas o menos recientes desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, y de otros que vienen de muy atrás en el tiempo de la historia.
Cuando además de los intereses de los contendientes, que son de carácter territorial, se entrecruzan los de otra índole de otros países de la zona, y si además se suman los que puedan tener las grandes potencias, pues estaremos ante un cocktail de intereses difíciles, por no decir imposibles de compaginar. El caso de Oriente Medio es el mejor ejemplo de zona que siempre está tensionada y a punto de reventar. Es Israel contra Hamas en la Franja de Gaza y Hezbolá en el Líbano, pero es la Siria de Haffed al Assad, es el Yemen, pero estos son los títeres que se llevan las bombas y los muertos. Hay que tener en cuenta que en la zona hay también mucho petróleo y mucho dinero, y que estos países que pretenden el liderazgo del Oriente Medio, buscan ganar influencia en el resto del mundo, me refiero a Arabia Saudí e Irán.
Pero no se trata únicamente de alcanzar el liderazgo económico de la región para proyectarlo hacia el mundo. No olvidemos que este liderazgo lo pretenden dos países árabes, pero que representan a una corriente religiosa diferente. Sunnitas, Chiíes y Wahabitas llevan siglos peleando por ese liderazgo. Las tensiones políticas entre Sunnitas y Chiitas han continuado con distinta intensidad a lo largo de la historia islámica, intensidad que en tiempos recientes se ha exacerbado a causa de los conflictos étnicos y el surgimiento del Wahabismo, a la cual se la considera la rama mas conservadora de los Sunitas, representada esta por Arabia Saudí. Los sunitas son entre el 85 y el 90% del total de los musulmanes. Hay una rama del islamismo mas: son los ibadíes, que predican la hermandad de todos los musulmanes y consideran que no debe haber divisiones entre ellos, y que curiosamente son mayoría en Omán y el Yemen, país este último objeto de un conflicto enquistado entre sunnies y chiíes, envueltos en una guerra que viene durando demasiados años.
Los chiitas son muchos menos, aproximadamente entre 120 y 170 millones de fieles, que representan una décima pare del total, que suponen la mayoría de la población en Irán, Irak, Bahréin, Azerbaiyán y Yemen, pero con importantes comunidades chiitas en Afganistán, India, Kuwait, Líbano, Pakistán, Qatar, Siria, Turquía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. La pertenencia a una u otra rama del Islam, se traduce en los países árabes en un trato discriminatorio. Así en los países gobernados por sunitas, los chiitas por lo general se cuentan entre los más pobres de la sociedad y se ven a sí mismos como víctimas de opresión y discriminación.
A lo largo del siglo XX, todo transcurría con cierta normalidad entre las diversas corrientes islamistas, hasta que la revolución iraní de 1979, por su parte, lanzó una agenda islamista radical de vertiente chiita que vino a retar a los gobiernos sunitas conservadores, particularmente en el Golfo Pérsico, lo que trajo una gran inestabilidad a toda la zona desde entonces, en que desde Teherán se desarrolló una estrategia política que consistía en apoyar a partidos y milicias chiitas más allá de sus fronteras, que fue compensada por los estados del Golfo con más apoyo a gobiernos y movimientos sunitas en el exterior.
Durante la guerra civil en Líbano, los chiitas adquirieron protagonismo gracias a las actividades militares de Hezbolá y de Hamas. Los extremistas sunitas, como los Talibán, han hecho lo propio en Pakistán y Afganistán, donde a menudo atacan los lugares de culto de los chiitas. Los recientes conflictos en Irak y Siria también han adquirido tintes sectarios. Actualmente muchos jóvenes sunitas se vienen sumando a los grupos rebeldes que combaten en esos países, muchos de los cuales reproducen la ideología extremista de al-Qaeda, grupo de vertiente sunita. Mientras, sus contrapartes chiitas acostumbran pelear en o junto a las fuerzas gubernamentales, aunque tanto Irán como Arabia Saudita han identificado un enemigo común en el autodenominado Estado Islámico.
Este es el caldo de cultivo en el que se desenvuelve la política en Oriente Medio, y en la que no podían faltar los tres directores de la trama en este conflicto: EE UU, Rusia y China. Cada uno de ellos se posiciona de uno u otro lado en defensa de sus propios intereses geoestratégicos de carácter global.
Una serie de estrategias políticas que se vienen desarrollando por quienes aspiran al liderazgo en la zona por un lado, y globalmente por el otro, es lo que está tensionando toda la geopolítica desarrollada por estos para la zona. Sonia Sánchez Díaz, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Francisco de Vitoria, desgrana estas estrategias en un artículo publicado recientemente, en una serie de claves: Una primera de tipo táctico para desencadenar el ataque, para después dirigir su mirada al conflicto viéndolo en clave intra palestina, en clave regional para el Oriente Medio, y en clave interna israelí.
En clave táctica, tanto por las dimensiones del ataque, como por su despliegue en una operación conjunta sin precedentes y perfectamente coordinada por tierra, mar y aire, implica un nivel de sofisticación en las comunicaciones, en el ámbito operacional, en el armamentístico y en el financiero, que Hamás no habría podido conseguir sin el respaldo financiero y táctico de Irán. La llamada a la rebelión de los árabes israelíes, de los palestinos de Cisjordania y de los Estados vecinos de Israel (léase Líbano y Siria), sin que los servicios de inteligencia israelitas sospecharan nada, no es más que una advertencia a Israel de su debilidad en caso de que uno de los mejores ejércitos de cuantos lo bordean, Hezbolá, principal peón de Irán en la región, decidiera entrar en guerra.
En clave intra palestina, la ofensiva debe de entenderse como una respuesta conjunta de Hamás y de Irán al proceso de normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí, que contemplaba la necesidad de avances en materia de concesiones a los palestinos, y en el que la Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas (Al Fatáh) estaba erigiéndose como portavoz en los acuerdos, presentando a través de su negociador, Hussein al-Sheikh, hace poco más de un mes, un documento con seis puntos donde esgrimían sus peticiones a las autoridades saudíes, algunas de carácter simbólico y diplomático, junto a otras peticiones más sensibles para Israel, como el cambio de estatus de los territorios en Cisjordania, pasando de C (bajo el control absoluto de Israel) a B (territorios bajo control civil palestino, pero con la seguridad en manos de Israel). Todas estas peticiones eran rechazadas por Hamás, la cual disputa a la Autoridad Palestina desde el 2007 la representación legítima del pueblo palestino, con la intención de expulsar a la Autoridad Palestina de las negociaciones para que Abbas no pudiera hacer concesiones que supusieran la mas mínima renuncia a los derechos legítimos del pueblo palestino, lo que es un escenario intolerable para Hamas, que aún mantiene como objetivo en su carta fundacional la destrucción del Estado de Israel.
En clave regional, el ataque representa una postura manifiesta de anti-normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí con el patrocinio de los EE UU. En una región caracterizada por la política de hechos consumados que ha permitido a Israel mantener el estatus quo desde la Intifada de Al-Aqsa y la defunción de los Acuerdos de Oslo, los Pactos de Abraham, firmados con el auspicio de la Administración Trump en 2020 y que abrieron el camino hacia la normalización de relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán, todo este andamiaje de acuerdos han supuesto para Irán, la principal amenaza a su intento de extender su influencia y modelo político en la región, influencia que pasaría a manos de Arabia Saudí de continuar por este camino; para los palestinos, se constituían en el principal obstáculo para conseguir sus objetivos políticos, eliminando el único incentivo que le quedaba a Israel para cerrar un acuerdo de paz atendiendo a sus reclamaciones territoriales.
Para Irán, la entrada de Arabia Saudí en los Acuerdos de Abraham, supondría además la culminación de una alianza regional anti-iraní, además de representar un serio desequilibrio geoestratégico que perjudican los intereses del país, puesto que los saudíes han condicionado su entrada en los pactos a la firma con Estados Unidos de contratos billonarios en materia de seguridad, en el que los drones y la ciberdefensa juegan un papel protagonista, incluyendo la venta del F-35, el avión militar más avanzado del mundo y el más codiciado por los países de la región. Además de ello, Arabia Saudí demanda la colaboración estadounidense para desarrollar tecnología nuclear con fines civiles, cuestión a la que se opone vehementemente, y por la que ha soportado un fuerte aislamiento y un boicot económico y tecnológico que causó un enorme daño a la economía del país
Por último, en clave interna israelí, el ataque supone la mayor prueba para la fracturada y débil coalición de gobierno que dirige el país. Aunque la guerra pueda suponer, mientras dure, un alivio a la presión a la que estaba sometido el Gobierno de Netanyahu por su reforma judicial y las políticas anti-liberales que han sacado a la calle a cientos de miles de israelíes desde el pasado mes de febrero, y en el que los reservistas han tenido un papel protagonista amenazando incluso con no cumplir con su deber si eran movilizados por este Gobierno, la permanencia de la coalición depende ahora de su desempeño en la guerra y de los resultados de la misma.
La gran incógnita que este gobierno tendrá que responder es: ¿cómo ha podido fallar tan estrepitosamente la inteligencia israelí a la hora de prever y prevenir un ataque semejante? ¿Por qué no ha habido la suficiente coordinación entre los servicios del Shin Bet (inteligencia interior), Aman (inteligencia militar) y Mossad (inteligencia exterior)? ¿Cómo es posible que uno de los sistemas anti-misiles más sofisticado del mundo, la Cúpula de Hierro, no haya sido suficiente, a pesar de su alto coste, para prevenir las dimensiones que ha tenido este ataque de Hamas con cohetes mucho mas baratos?
Israel no puede permitirse el lujo de perder una guerra, ni tampoco que esta sea muy costosa en número de víctimas civiles o militares, pues con una población de algo mas de 9 millones 300 habitantes en 2021, esta es ampliamente superada por la de sus vecinos musulmanes. La seguridad del Estado de Israel ha sido su principal preocupación desde su creación, y un símbolo de identidad nacional desde entonces, aunque esta guerra haya supuesto un duro golpe a su mito de ser un estado invencible en la región, y a su estatus como potencia militar y ocupante en la zona, las actuales dificultades del Gobierno fracturado de Benjamín Netanyahu y el estado de su capacidad de unir de nuevo a la población de la «nación en armas», dependerán sus posibilidades de obtener la resolución que ponga fin a esta guerra más temprano que tarde y que el acuerdo que se pueda alcanzar le sea lo mas favorable posible, dadas las actuales circunstancias. Mas pronto que tarde, Israel deberá de aprender a aceptar de una vez por todas, que cualquier normalización en la región ha de pasar necesariamente por intentar devolver la normalidad a la vida de los palestinos.
Si al inicio de este artículo, exponía que son las diferencias entre los intereses de las partes el punto por donde se inician todos los conflictos, estos encuentran su punto final cuando dichos intereses enfrentados encuentran un nuevo punto de equilibrio. Ahí es a donde tienen que llegar las partes enfrentadas, y el mundo debe de ayudarles a encontrar ese nuevo equilibrio.
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