Europa tiene que construir su propia defensa, autónoma y no dependiente de la de los EE UU
Defensa
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Soldado Británico en acción |
Los socios de la OTAN acaban de asumir el compromiso de aumentar su gasto en defensa hasta el 5% de su PIB en diez años. Todos menos uno: España. La polémica ha marcado la cumbre de la Alianza en La Haya de este miércoles, ha puesto a España en el punto de mira de Trump y saltado al debate político nacional. Desgranémoslo, porque hay varias capas.
Primero, Europa tiene un problema con su bajo gasto en defensa. Durante demasiado tiempo hemos dependido de Estados Unidos para nuestra seguridad, y la invasión rusa de Ucrania y las crecientes tiranteces con Washington nos han hecho ver que necesitamos defendernos por nosotros mismos, pues aún sabiendo que a los EE UU se meten con facilidad en guerras a las que nadie les ha convocado, nada nos asegura que si Europa entra en conflicto, los EE UU nos defiendan.
La OTAN, los Gobiernos y hasta la Unión Europea están dando pasos en esa línea, aumentando sus presupuestos, invirtiendo en la industria militar europea y trayendo este tema al centro del debate. La mayoría de socios ya invierten más del 2% de su PIB. Pero España destaca por lo contrario: somos el país de la OTAN que menos invierte. Somos el país de la Unión que menos gasta en defensa. No llegamos al 1,3%, por debajo de Luxemburgo, Bélgica o Eslovaquia. Deberíamos hacer mucho más.
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Proyecto de corbeta europea |
Al mismo tiempo, la exigencia del 5% es desproporcionada. Como puedes ver en el gráfico, ningún país de la Alianza gasta el 5%, solo Polonia se acerca. El propio Estados Unidos no llega al 3,5%, ¡y de hecho recortó su gasto el año pasado! Estonia, país que tiene muy presente la amenaza rusa, quiere llegar al 5% en 2026.
Pero esta pequeña república báltica es una excepción: muy pocos países del mundo gastan tanto, y son dictaduras militares como Argelia o países en guerra como Israel, Rusia o Ucrania. Ni siquiera Irán o China llegan a esas cifras. Para la mayoría, el 5% es imposible sin agrandar masivamente la deuda, ya muy alta, subir impuestos o recortar gastos sociales.
El aumento, además, es arbitrario: ¿por qué un 5%?, ¿de dónde sale ese número?, ¿para qué se va a usar?, ¿en qué se va a invertir? Un riesgo es que el dinero se vaya a comprar armas estadounidenses o israelíes, en vez de impulsar la industria europea. También hará subir los precios, porque los fabricantes no tienen capacidad de absorber tanta demanda repentina: podríamos acabar pagando más por lo mismo.
Además, el 5% no parece una decisión reposada y debatida por los socios de la OTAN: la cumbre de La Haya se redujo a un solo día, en vez de los tres habituales, para forzar una solución rápida y evitar el riesgo de que Trump se fuera antes de tiempo, como hizo hace dos semanas con el G7. Ha sido él quien ha impuesto el aumento, en lo que El País llama hoy en su portada "diplomacia del vasallaje".
Mención especial merece Mark Rutte, el secretario general, que ha hecho todos los esfuerzos por congraciarse y humillarse ante el presidente estadounidense, al que incluso llamó "papi". Rutte, sin embargo, no ha dicho ni mú sobre las amenazas de Trump a socios de la Alianza como Canadá, su ambición de anexionarse Groenlandia, territorio de otro socio (Dinamarca), o su cuestionamiento de la ayuda a Ucrania.Los presupuestos de defensa europeos antes de la invasión de Ucrania sumaban entre tres y cuatro veces el ruso. Si al gasto militar de 2024 se le añade el del Reino Unido, la cifra —457.000 millones de euros— es la mitad del estadounidense y el doble del chino. Esto no debería sorprender a nadie. La UE es una superpotencia comercial, con una población extensa y relativamente rica, además de empresas armamentísticas punteras. En principio, debería ser capaz de cubrir sus necesidades inmediatas de defensa: disuadir a Rusia para que no emprenda nuevas agresiones militares en su vecindario.
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Proyecto de buque de apoyo de la Armada Española Poseidón |
En segundo lugar hay que decir que la propuesta estadounidense es la más absurda de todas las posibles. Donald Trump nos exige que el gasto militar de cada Estado europeo se eleve al 5% de su PIB: un punto y medio más que el de su propio país. Esto equivaldría a multiplicar cada presupuesto de defensa por una media de 2,5. Trump también ha dejado claro, con su hostilidad a la UE, que ese gasto no debe realizarse de forma mancomunada ni servir para cohesionar a la Unión.
Una lectura más sencilla y precisa es que Trump quiere extorsionar a Europa. Un rearme tan intenso y abrupto como el que propone llevaría a muchos Estados europeos a importar más sistemas de defensa estadounidenses, tanto para cubrir necesidades propias (en defensa aérea, en aviones de última generación…) como para engrasar su relación bilateral. Una decisión magnífica para las empresas de defensa estadounidenses y el propio Trump, que la vendería como el enésimo deal geopolítico. Pero nefasta para Europa, porque agravaría su dependencia militar de Estados Unidos.
La posición de la OTAN no es mucho más consistente. Los miembros de la Alianza Atlántica adquirieron en la Cumbre de Gales de 2015 (tras la anexión rusa de Crimea y su primera intervención militar en el este de Ucrania) el compromiso de elevar su gasto en defensa hasta un 2% del PIB. Hasta 2022, ese objetivo sólo lo cumplían un puñado de miembros. Desde entonces el gasto en defensa ha aumentado, especialmente en el este de Europa. Pero a finales de 2024 el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, opinó que sus miembros deberán gastar “mucho más del 2%” y que la vía para hacerlo es recortar sus Estados del bienestar.
Es difícil imaginar una hoja de ruta más contraproducente. Retornar a la Europa de los recortes y la austeridad reforzaría a los imitadores de Trump y Vladímir Putin en la UE. Trasladaría un problema de disuasión externo al interior de la UE, donde se convertiría en una amenaza existencial. Tal vez no sea casualidad que una propuesta tan contradictoria haya salido de la OTAN, una organización forzada a hacer funambulismo entre las exigencias estadounidenses y las posiciones del resto de sus miembros (europeos, pero también británicos y canadienses).
En tercer y último lugar encontramos el programa de la Comisión Europea. A la espera de que se termine de concretar, los contornos parecen claros: 800.000 millones euros de inversión en defensa durante los siguientes cuatro años. 650.000 millones saldrían de los Estados miembros, cuyo gasto en defensa no entraría en el cómputo de déficit nacional de cara a las nuevas reglas fiscales, y 150.000 millones de préstamos de la propia Comisión. Se debate la posibilidad de hacer compras conjuntas de armamento, así como el porcentaje que se debe destinar a inversión en sistemas de defensa europeos.
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Portaaviones Gerald Ford |
El precedente de la lucha contra el covid-19 sirve como ejemplo. Como hace cinco años con la sanidad, hoy Europa necesita abordar su defensa como un bien público. Eso supone emitir deuda común y programas de inversión para establecer una seguridad europea con perspectiva amplia, sin descuidar sus componente industrial, energético, ni socioeconómico. La UE debería aprovechar la ocasión para desarrollar sus capacidades recaudatorias. Un primer paso podría consistir en confiscar reservas rusas en el exterior, gravar la actividad de oligarcas estadounidenses y establecer impuestos propios al patrimonio de multimillonarios europeos.
Esta propuesta al menos parte de la UE y considera a la Unión como el sujeto principal del debate. El problema es que permanece anclada en dos nociones contraproducentes para construir una defensa europea digna de ese nombre: en primer lugar, conservar unas reglas fiscales que actúan como una camisa de fuerza para el gasto público, impidiendo a la UE realizar el conjunto de inversiones que necesita para garantizar una seguridad plena. En segundo lugar, emplea los presupuestos nacionales como herramienta principal, con problemas y contradicciones ya mencionados (gasto ineficiente, dependencia de Estados Unidos). Los defensores de esta iniciativa pueden señalar que emplea las herramientas al alcance de la UE. Es más pragmático avanzar a partir de lo que ya se tiene. Pero ante crisis tan profundas como la actual hay que invertir este razonamiento. En momentos así, las soluciones de máximos son más pragmáticas y eficaces que los parches.
Construir un ejército europeo es un paso ineludible en ese proceso: es necesario para cohesionar la UE y garantizar su capacidad de disuasión sin un gasto militar desbocado. Cuenta con el respaldo mayoritario de la opinión pública europea. Y pese a las dificultades —más políticas que técnicas— que conlleva desarrollarlo, es una opción más realista que encomendar la misma tarea a veintisiete ejércitos bonsáis. Los palos de golf sólo interesan al inquilino de la Casa Blanca. Lo que Europa necesita es compartir una visión de seguridad plena y desarrollar los instrumentos que la garanticen.
Por tanto, creo que España ha hecho bien en criticar el acuerdo y forzar una solución más flexible, a pesar de que Trump nos haya amenazado con aranceles. A largo plazo, lo que debería preocuparnos es que este compromiso, que seguro muchos países incumplirán, podría dar la excusa a Estados Unidos para desentenderse de la defensa de Europa: "si no gastáis más, no garantizaré vuestra seguridad". Más razón para invertir en capacidades europeas y ganar autonomía frente a Washington.
Fuente: EOM
Imágenes: Kindelán
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