A la conquista de la supremacía mundial en un nuevo orden global
Análisis Político
Por Luis Domenech
La pandemia de coronavirus fue la puntilla que agudizó la decadencia y la crisis económica del sistema
que comenzó en 2008. Entonces entramos en un período de caos del que aún no nos hemos repuesto del todo, y que nos está conduciendo a la formación de un nuevo
orden global.
En efecto, las principales tendencias en curso, militarización, declive
hegemónico de Estados Unidos y el ascenso de Asia Pacífico, el fin de la
globalización neoliberal, el reforzamiento de los Estados Nación y auge de las
ultraderechas, son procesos de largo aliento que se aceleran en esta
coyuntura.
La dura experiencia vivida por el pueblo chino en los dos últimos siglos, desde las guerras del opio hasta la invasión japonesa, ayuda a explicar su capacidad para sobrellevar las tragedias. La revolución socialista de 1949, además de la nacionalista de 1911, y la notable mejoría en la calidad de vida del conjunto de la población, explican la cohesión en torno al Partido Comunista y al Estado, más allá de las opiniones que se tengan de esas instituciones.
Por el contrario, la división interna que viven, tanto la población estadounidense, como la Europea, evidenciada en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas y en Europa con el Brexit, se conjugan con un gobierno errático, imperial y machista de los EE UU, del que desconfían incluso sus más cercanos aliados.
La Unión Europea está aún peor que Estados Unidos. Desde la crisis de 2008, Europa perdió su brújula estratégica, no supo despegarse de la política de Washington y del Pentágono, ni en las políticas de defensa, ni en las comerciales, y evitó tomar las decisiones que incluso la podrían beneficiar, como la finalización del gaseoducto Nord Stream 2, paralizado por presiones de Trump. El euro tampoco es una moneda confiable frente al dolar, animando a los BRICS a buscar alternativas, y la salida del Reino Unido de la Unión Europea fué buena muestra de la debilidad de las instituciones comunes europeas. La financiarización de la economía, dependiente de la gran banca, ineficiente e inclinada hacia el neoliberalismo, han convertido la eurozona en una “economía de riesgo”, sin rumbo ni orientación de larga duración. La impresión es que Europa está destinada a acompañar el declive estadounidense, ya que no ha sido incapaz de romper el cordón umbilical que la tiene sujeta desde el Plan Marshall.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europea, ni qué decir de los países latinoamericanos, sufrirán los efectos económicos de los vaivenes de la política con mucha mayor intensidad que los países asiáticos. Estos han mostrado, desde Japón y China hasta Singapur y Corea del Sur, una notable capacidad para superar esta adversidad.
Una reciente encuesta de Foreign Policy entre doce intelectuales destacados concluye que Estados Unidos perdió su capacidad de liderazgo global, y que el eje del poder mundial se traslada a Asia. La pandemia resultó ser la tumba de la globalización neoliberal, en tanto la del futuro será una globalización más “amable” y cooperadora, centrada en China y Asia Pacífico.
LA HEGEMONÍA TECNOLÓGICA CHINA
En las principales y decisivas tecnologías, China está a la cabeza. Se mantiene al frente en la construcción de redes 5G, en inteligencia artificial, computación
cuántica y superordenadores. El economista Óscar Ugarteche, del
Observatorio Económico de América Latina (Obela), sostiene que “China es la
fuente de cinco ramas de la economía mundial: farmaco-química, automotriz, aeronáutica, naval, electrónica y telecomunia'ciones”. Yo añadiría algunas mas, como la carrera espacial en la que China está avanzando a gran velocidad.
Durante el Covid, el cierre de las fábricas durante la pandemia frenó la producción de estas cinco ramas en el mundo. China producía ya en 2017 el 30% de la energía solar del mundo, por encima de la UE y el doble que Estados Unidos, y es la primera economía manufacturera del mundo. La lista Top500 de los mayores superordenadores del mundo revela que China poseía 227 de 500 (el 45%), frente a solo 118 de Estados Unidos, su mínimo histórico. Diez años atrás, en 2009, China tenía solo 21 superordenadores frente a 277 de la entonces superpotencia norteamericana.
El triunfo chino en la carrera tecnológica no quiere decir que su sociedad sea la más deseable desde el punto de vista de quienes deseamos una sociedad poscapitalista, democrática y no patriarcal. El control social en China es asfixiante: desde los millones de cámaras y sensores de todo tipo que vigilan a las personas y sus comportamientos, hasta el diabólico sistema de “crédito social” que otorga y quita puntos según el comportamiento correcto de sus ciudadanos, así como la estigmatización y discriminación de las personas LGBTI y de etnias como los Uigures suponen un serio menoscabo de los derechos humanos que todo país debe de respetar.
En el resto del mundo las cosas no van mejor. El hecho de que las
“democracias” europeas hayan copiado los modos chinos de abordar la
epidemia de coronavirus es una muestra de que el dragón ya es un referente y
ejemplo en cuanto al control social de la población. “El mundo ha aprendido
del país 'asiático”, destacó el periódico empresarial The Economist, cuando vio como las aotoridades cerraban ciudades enteras para evitar la propagación del virus, y como consecuencia de ello fue la economía china la primera en abrir sus fábricas y recuperar la manufactura que el mundo necesitaba con voraz apetito.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, el auge de los fascismos en Europa, en América Latina y norteamérica, no solo a nivel de partidos, sino de ese fascismo social difuso pero contundente, focalizado en controlar disidentes y emigrantes porque lucen comportamientos distintos y otro color de piel, va de la mano del vaciamiento de las democracias. Estas van quedando apenas como ejercicios electorales que no garantizan el menor cambio, ni la menor influencia de la población en las políticas estatales, cuando los ciudadanos votan programas que prometen, pero no cumplen.
La experiencia del Gobierno de Syriza en Grecia, sí como la del Partido de Trabajadores en Brasil, o la de Viktor Orban en Hungría, deberían de ser motivo de reflexión para las izquierdas del mundo sobre las dificultades para mover la aguja de la economía y la política. Aun concediendo que sus políticas sociales se llevaron adelante con las mejores intenciones, el saldo de sus gestiones no solo es pobre e insuficiente, sino regresivo en los aspectos macroeconómico y respecto al empoderamiento de las sociedades.
El panorama para los movimientos actuales es más que complejo, pero no es uniforme. Los que han hecho de la manifestación y otras acciones públicas su eje central de actuación son los más afectados. Sin embargo, los de base territorial tienen una situación potencialmente mejor de cara al futuro, dada la tendencia al aislacionismo.
Por otro lado, a todos nos afecta la militarización. La frecuencia, la duración y los daños ocasionados por los conflictos bélicos van en aumento, y ello nos está conduciendo hacia un rearme considerable que detrae de los presupuestos unos recursos financieros que son muy necesarios para las políticas de desarrollo económico, de sostenibilidad, y de desarrollo social cada vez mas necesitados de nuevos recursos, lo que nos está llevando a un ralentizamiento de estas políticas en los países mas desarrollados. Hay tensiones territoriales en diferentes lugares del mundo, además de las tensiones ocasionadas por la hegemonía militar tratando de imponerse en el control de amplias zonas del planeta.
También el deterioro climático sigue "In Crescendo", y ello está ocasionando cientos de miles de muertos en el mundo causados por catástrofes y por el aumento de las temperaturas que están convirtiendo a vastas zonas del planeta en inhabitables. Este deterioro, junto con la falta de recursos para la alimentación, el acceso al agua potable y los conflictos, con lo que supone para la supervivencia de las personas, está forzando amplios movimientos migratorios hacia el norte y los países desarrollados que ya están afectando a la convivencia en los países receptores de estas olas migratorias, provocando un rechazo que favorece el crecimiento de los partidos de la ultraderecha, favorecedores de las políticas de rechazo de la inmigración, del cierre de fronteras, y de las devoluciones en caliente.
Las élites económicas de los países de economía neoliberal tienen hecho este análisis desde hace tiempo, lo que les ha llevado a trazar un camino para hacerse con el control de lo que está por venir en lo que queda del presente siglo. El primer paso es hacerse con el control político, que es el único que puede contravenir el ejercicio de este poder que ellos necesitan para tener la supremacía en sus territorios. Esta es la ambición de la ultraderecha sustentada por el neoliberalismo y el ultracapitalismo: obtener la supremacía para que las élites puedan ordenar el mundo a su antojo. Este es uno de los nuevos Ordenes Mundiales posibles para la segunda mitad de este siglo. Hay mas, pero esa sería otra historia.
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