Pedro Sánchez: el tonto útil del independentismo

Luisondome

Imagen: Alejandra Svriz


Tras el "gran éxito" de Sánchez de convencer a todo lo que hay a la izquierda de la derecha, e incluso a la derecha independentista de las bondades (para ellos) de su investidura, hice el intento de ponerme en su lugar para averiguar como se sentiría. Lo primero que se me vino a la cabeza es que estaría exultante, diciendo "una vez mas lo he logrado contra viento y marea". Después me planteé si sentiría algún remordimiento por haber dicho que si a todo lo que le pedían, y pensé que el no sería capaz de hacerse esa pregunta. Sanchez es un personaje al que le gusta conseguir todo lo que se propone, sin importarle el precio, haciendo lo que el cree que debe de hacer, pero haciéndolo con el dinero de otros. La egolatría es lo que tiene. Se mueve en un coche que no es suyo, vive en una casa que no es suya, viaja en un avión para el que no necesita comprar un billete, veranea en un lujoso chalet de Lanzarote que tampoco es suyo, o disfruta de un parque natural al que invita dirigentes extranjeros que no es suyo. A todo eso le hemos acostumbrado a lo largo de los últimos cinco años. No es de extrañar el apego que le ha cogido a ese estilo de vida que el trabajando en una empresa, no se podría permitir, porque no alcanzaría el nivel necesario para disfrutar de un estilo de vida de élite.


Todos los españoles llevamos semanas escuchando la misma cantinela: amnistía a Puigdemont y los suyos a cambio de siete votos para la investidura de Sánchez. Unos, una parte de los socialistas, que no todos, y demás partidos de izquierda, defienden la amnistía convencidos de la bondad se supondría para la convivencia el perdonar las graves alteraciones del orden público en Cataluña cuando se intentaba proclamar la independencia de Cataluña. Otros, la derecha, y los socialistas históricos y algunos barones, se oponen a ella, porque consideran que es anticonstitucional, que rompe la igualdad entre los españoles, que es la antesala de la segregación del país Vasco, de Navarra y de Cataluña del resto de España. 


El país está dividido en dos dada la gran polarización existente sobre la amnistía, el referéndum, el derecho de autodeterminación, y el resto de las peticiones de índole económica de los independentistas: de financiación, de condonación de la deuda, de compromisos de inversiones, de entrega de competencias, como las de justicia, la seguridad social y otras. ¿Y todo ello a cambio de que?


Pues a cambio de unos votos afirmativos en apoyo de la investidura de Pedro Sanchez en el Congreso de los Diputados. Pero cuando se produce un trueque, y se cambia algo por algo, lo habitual es que una de las dos partes se lleve la mejor parte. En este caso, la parte ganadora está clara: los independentistas, que han conseguido en primer lugar liberar a los suyos de presidios y condenas, quedando libres de toda culpa, En segundo lugar, han conseguido avanzar un paso hacia la autodeterminación, paso previo a la segregación, dentro de una estrategia de presión histórica al gobierno y al país utilizando todos los medios necesarios para avanzar en sus propósitos, que es lo único que les importa a Junts, a Esquerra, a Bildu o al PNV: la independencia. 


A estos socios, Sánchez les da igual, su debilidad para alcanzar su ambición que es gobernar cuatro años mas, es la gran oportunidad para los independentistas, y Sánchez es el tonto útil que necesitaban para  la causa, es para ellos el Presidente de una nación que quieren fragmentar y rebajar. Es bochornoso, es indignante, y es una bajada de pantalones de España entera ante los catalanes independentistas, que no son todos los catalanes, ni siquiera la mayoría. Lo que si ha conseguido Sánchez es agrupar a toda la izquierda, menos a parte de la de su propio partido, en torno a su investidura, y mayor mérito tiene agrupar en torno a el a las derechas independentistas del País Vasco y Cataluña, es decir, el PNV y Junts, partidos sumamente conservadores, azulones diría yo.


Pero repasemos un poco la historia de este camino hacia la segregación. En 1976, cuando se iniciaba la Transición Española de la Dictadura de Franco hacia la democracia, los independentistas apenas existían. Su último Presidente, el Honorable Tarradellas, estaba exiliado y se comenzaba a negociar su vuelta a España poco después. Una multitudinaria manifestación se celebró en la Díada, la fiesta de Cataluña, en septiembre del 76. La Diada conmemora el día 11 de septiembre de 1714, día en que los soldados de las tropas borbónicas de Felipe V asaltaron la capital catalana, poniendo  fin a la guerra de sucesión, en la que una parte significativa de Catalunya se puso del lado del arquiduque Carlos de Austria.


En aquella Diada de Septiembre del 76 por supuesto que no pedía la independencia, sino un Estatuto de Autonomía para Cataluña. Poco después -ya en el 77- Jordi Pujol, un astuto banquero ferozmente independentista y de derechas, procesado por delitos de apropiación indebida y maquinación para alterar el precio de las cosas, pero que sabía que en ese momento los independentistas eran unos pocos, va a La Moncloa a entrevistarse con el Presidente Adolfo Suárez a pedirle la autonomía para Cataluña. Tan cauto era el artero Pujol que lo que pide a Suárez es que se reponga la Autonomía de 1932, muy moderada y que consagraba el bilingüismo. Entonces nació la leyenda del Estado contra Cataluña.


Esta fue la primera gran victoria de los catalanes, y así Jordi Pujol pudo decir a los suyos no sólo que había ganado, sino que los independentistas no nacen, sino que se fabrican. Basta hacer del victimismo una norma, disfrazar el complejo de inferioridad propio y revertirlo en su contrario y por supuesto evitar la voz España, salvo para decir que España nos roba, que el dinero de los catalanes se gasta en Extremadura (pobrecitos, que ya quisieran…), e ir lenta pero incansablemente atacando, mermando y persiguiendo el idioma español en todas las instituciones catalanas, el tercero más hablado del mundo y vehículo de una importantísima cultura que rebasa los límites peninsulares. 


En el País Vasco se hizo lo propio, se planteo una reforma radical del Estatuto, el Plan Ibarretxe,  en el que se defendía que  el pueblo vasco es un pueblo de Europa con identidad propia, se exigía el derecho del pueblo vasco a decidir su futuro, es decir, el derecho de autodeterminación, y que las decisiones de los ciudadanos de cada región de Euskal Herria (Comunidad Autónoma Vasca, Comunidad Foral de Navarra y País Vasco francés) deben respetarse por las demás regiones de España y por el resto de pueblos de Europa, pero el salvajismo de ETA, sus secuestros y matanzas, actuaron, paradójicamente en contra de la meta independentista. 


Pero volvamos al momento actual. Puigdemont no da las gracias a la rendición de Sánchez, sino que lo amenaza: Sánchez tendrá que ganarse nuestro apoyo día a día, pues no firmamos un acuerdo para su investidura, sino un acuerdo para la legislatura. Sino cumple con las exigencias de los independentistas, no sacará adelante ni una sola Ley, no ganará ninguna votación en el Parlamento si los acuerdos no avanzan convenientemente para los independentistas en tiempo y forma.


Sánchez y los que le apoyan desde la izquierda, que no todos, se justifica diciendo que pacta (más bien se entrega) al separatismo catalán  por el bien de España, por el avance del progresismo (¿Por que los socialistas piensan que solo se progresa desde la izquierda?) y para sellar un reencuentro con Cataluña y mejorar la convivencia entre catalanes y españoles. No hace falta ser demasiado inteligente para saber que ese discurso es una pura patraña. Todos sabemos que Sánchez actúa por enfermiza megalomanía monclovita y que sólo le importa él mismo. 


Sánchez no tiene otra ideología que su enorme ego, y le encanta el sentirse poderoso, y para mantenerse en la Moncloa y seguir subido al coche oficial y al Falcon, y seguir codeándose con los líderes del mundo y las élites económicas a las que tanto desprecia, Sánchez se carga a su partido, dividiéndolo entre lo que se considera el PSOE de siempre (el viejo PSOE, el de González o Guerra, digamos) , y el PSOE actual  que agrupa a los  acólitos palmeros, los estómagos agradecidos, los pelotas de su entorno, como Rafael Simancas, o Patxi López y otros, que aún no se han enterado que los indeppendentistas les tienen cogidos por las pelotas. A todos ellos.


Puede que Sánchez lo haya logrado y sea investido con los apoyos independentistas, de derechas o de extrema izquierda, que es lo mismo. A partir de ese momento, a los españoles nos esperan años convulsos, pero a Sánchez le dará igual. Poco le importamos los 48 millones de personas que luchamos cada día por vivir digna y honestamente de nuestro trabajo, y con nuestras familias. El a lo suyo, de aquí para allá en el Falcon 900, luciendo palmito, presumiendo de lo alto que es que Ursula Von Der Layen y bajándose para que le de el besito, es decir, pavoneándose. El color de su partido es el rojo vivo, o mejor dicho, era, porque de tanto asociarse con partidos de derecha, los azules, se va a terminar tornasolando. Lo que no sabe Sánchez, o por lo menos no se ha dado cuenta, es que cuando se mezclan el azul y el rojo, el resultado es el color morado. Los que estarán encantados serán Pablo Iglesias, el Echenique, la Montero y la Belarra. La Yoli no, porque su morado está desteñido del todo y ya no pegaría.

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